El encierro era total. Las maldiciones retumbaban entre puertas y paredes sordas. Del techo bajaban sanguinolentas quejas que me lanzaban de una cárcel a otra. El olvido emergía como la aparente posibilidad de escape a tanta imposibilidad.

         Se me ocurrió abrir una hendija de sol en un lugar no descubierto de mi sien izquierda. Avisté una reja en mi sien derecha. A través de ésta pude mirar otros seres. Estaban encerrados también. Los invité a revisar sus sienes. A creas posibilidades.

         Derrumbamos cada reja que nos separaba. Ellos tiraron hacia fuera. Yo empujé en la misma dirección.

         Traspasamos el velo agujereado y nos internamos en túneles clandestinos de mi cerebro. Fui con ellos...tras ellos. Pasamos días de insomnio y noches de vigilia. Disfrutamos repetidamente de nuestra vida de niños y adolescentes. Nos hicimos ancianos muchas veces. Morimos y resucitamos no sin antes asistir a nuestros propios funerales.

         Cuando por fin logramos morir de verdad, encontramos la sien izquierda. Estaba arañada por manotazos de la hendija de sol que yo mismo había abierto segundos antes de nacer.

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