Juancito y Arturo eran dos hermanitos que vivían en uno de esos pueblos de América que casi nadie conoce, quizás porque no tiene petróleo o porque su nombre no aparece en el mapa.
Ellos tenían un primo llamado Williams, a quien apodaban Perico.
¡ Trúuuua, Perico!. gritaban muchachos del pueblo para echarle bromas y hacerle poner bravo.¡ Trúuuua, Perico! se oía desde cualquier esquina, siempre a escondidas.
Incluso yo, que ya estaba viejo, de vez en cuando le decía ¡trúuua, Perico! para verle molesto, moviéndose a todos lados, buscando quién había sido.
Pero lo que más gustaba de Perico no era el color de su plumaje ni sus paticas de loro viejo, sino su forma de hablar, pues se le pegaba mucho la lengua. Así, para llamar a su primo Juancito, decía Pantito; y para nombrar a Arturo, decía Antúo.
En cualquier momento le escuchábamos preguntar: ¿Dónde está Pantito? ¿ Dónde está Antúo?. Entonces nos echábamos a reir y gritábamos ¡trúuua, Perico!. Él se ponía furioso y salía aleteando como si fuese un avioncito.
Yo conocí a esos tres muchachitos desde que nacieron. Además de primos-hermanos eran grandes amigos. Les gustaba andar juntos, pasear por la sabana, saltar charcos y meterse en los montarascales. Arturito iba siempre a caballo; Juancito, en un burrito pollino con cara de dormilón. A Williams todo el tiempo se le veía a pie; mientras caminaba le daba palo al caballo de Arturito y le halaba el rabo al burro de Juancito. Además, le gustaba mirar hacia el suelo para ver las hormiguitas entrar y salir de sus cuevas.
Un día fue con ellos al monte. Quería acompañarlos, porque tenían pensado bañarse en el río, y eso puede resultar peligroso, sobre todo si no sabemos nadar bien.
Pero mucho antes de llegar, una iguana se cayó de un árbol y empezó a correr, arrastrando hojas y haciendo bulla. Perico fue el único en darse cuenta de aquello.
Entonces comenzó a gritar con desespero: Pantito..Antúo..coddan...coddan..que se va la iguana...es vedde...es vedde..codde Pantito...Codde Antúo...
Todos gritamos: ¡trúuua, Perico...trúuuaaaa...! y le preguntamos: ¿ para qué quieres agarrar esa iguana?
El respondió: padda guaddad su colodido vedde, padda cuando me ponga viejo!.
Trúuua, Perico...qué inteligente!.
Entonces se puso bravísimo, y salió volando como un avión de guerra, echando humo y lanzando trúas de todo tipo sobre nosotros.
Así fueron creciendo y creciendo. Juntos asistieron a la única escuelita del pueblo aquél que casi nadie conoce.. En ella, Perico se hizo muy conocido. A los niños les gustaba su forma de ser y hablar, más aún cuando preguntaba por Pantito y Antúo. También porque trepaba a lo más alto de los árboles de mango y mamón, y desde allí lanzaba grandes racimos de aquellas jugosas frutas que todos disfrutaban en horas del recreo.
Pero el tiempo fue pasando. Poco a poco he visto mi barba cambiar de color, hoy es totalmente blanca y opaca; y mis manos tiemblan tanto, que ya no puedo ni escribir. Apenas los gritos y canciones de mis nietos me recuerdan aquel trúuuuaaaa, que tanto disfruté durante mi juventud.
Una de estas mañanas llegó a mi jaula –el apartamento donde vivo- un periquito. Yo dormía profundamente, y hasta soñaba que no me iba a despertar jamás; pero el canto de aquel animalito era tan bello, que logró quitarme el sueño.
Además de cantar con insistencia, me miraba fijamente y repetía: ¡trúuua, trúuuua!. Yo quise responderle con un ¡trúuuaa, perico!..pero mi voz torpe y vieja no me lo permitió. Sentí ganas de llorar; pero preferí meterme otra vez a la cama y seguir durmiendo.
Entonces comencé a soñar con aquellos tres muchachitos: Juancito, Arturito y Williams. Fue así como me enteré de que Arturito estaba muy enfermo. Lo vi acostado sobre una cama en un hospital. Estaba moribundo; pero me reconfortó mucho el ver que no estaba solo. Lo acompañaban su esposa y sus hijos, y no sólo ellos, sino también Juancito y Williams, hablándole al oído, contándole historias de cuando eran niños, cantándole el ¡trúuaaa, perico! que tantas veces adornó sus travesuras.
Cuando desperté, miré a través de una de las ventanas de mi jaula. El periquito visitante estaba cabizbajo y triste; temblaba como si tuviera frío o miedo, y no podía volar. Acaso presentía la muerte de Arturito o imaginaba lo que yo sentía.