Sudorosos Enrique y Rufino desmontaron de sus bestias frente a la puerta de tranca del fundo San Gregorio. Los animales despabilaban seguidamente en señal de cansancio, pues habían terminado una tarea muy dura en la cual recogieron casi todo el ganado disperso en las sabanas del hato conocido como Coco e Mono, herencia de los finados Don Luis Tomás Rodríguez y Doña Clara de Rodríguez.

         Luego de desensillar, los hombres se dirigieron al interior de la casa en busca de comida,  mas sólo encontraron silencio. Malos presagios, ya que era la costumbre que sus mujeres la hubieran guardado.

         -¡Qué guena vaina, en esta jodía no hay na que comé! –dijo Enrique con molestia-y agregó: ¿Será que se jueron pa la otra casa y la dejaron allá?

         -A lo mejor, compadre, a lo mejor. –respondió Rufino. ¡Vamos a ver. Deje la rabia!

         Durante el recorrido no hablaron, daba la impresión de que ambos tenían algo que decir, pero ninguno se atrevía a iniciar la conversación. Resultaba muy extraño que no hubiese gente allí, y que ni los perros hayan salido a recibirlos. Entonces Enrique propuso:¡vamos a jacé una vaina, larguémonos pa la sabana a ve si encontramos un bicho pa comé, de toas manera ya el ganao ta recogío y lo que farta es vacunalo, pero eso es pa mañana!.

         Así lo hicieron. Partieron rumbo a Capanaparo. Iban despacio. Hablaban muy poco, aunque sí recordaban lo fuerte que había sido el trabajo de llano realizado durante el día que estaba por terminar.

         Ya de noche, resaltaba una luna a medio sonreír y un ramo de luceros que parecía aplaudirla. La brisa transpiraba albahaca y manstranto. El pajonal, puntiagudo y retostado, sonaba debajo del casco de las bestias como si trocharan sobre cuero reseco.

         Tarde ya llegaron a Coco e Mono, tierras donde presumiblemente había buena cacería.

         ¡Aquí un chiguire cebao! – dijo Enrique en voz baja- yo lo vi más de una vez en el invierno pasao, pero esta verano naiden lo ha mirao.

         Durante horas los hombres buscaron el animal, pero no encontraron ni rastros del mismo. Desilusionados, decidieron regresar; pero apenas tiraron de las riendas para dar la vuelta vieron un chiguire que pasaba con medio cuerpo dentro de un pozo.

         ¡Pero pija compadre, qué animalón!, es un padrote! –  dijo Enrique con entusiasmo- ¡No lo vaya a pelá, mire que hoy no hemos comío na y hay que guardarle a los piones y al veterinario que vienen mañana a ayudanos a jerrá y vacuná!.

         -No compadre, vamos a asegurar, mejor tírelo usted –propuso Rufino.

         Casi sin pensarlo, desde su cabalgadura, disparó. El animal no cayó, pero lo más extraño fue que tampoco se espantó. Entonces volvió a disparar. El plomo rozó al animal en la parte superior del cuello, justo cerca de la cabeza.

         -¡Le pegué en el cogote, pero de refilón, mírele la sangre! –dijo Enrique con cautela.

         Enseguida el chiguire dio la vuelta y fijó la mirada frente a los hombres. Encolerizado, corrió hacia ellos buscando atacarlos. Una luz rojiza que encandilaba salía de sus ojos. Las bestias empezaron a relinchar y quisieron encabritarse cuando el animal con apariencia de espanto produjo un ronquido que hizo temblar los alrededores.

         Los hombres se taparon con fuerza los oídos y apretaron sus mandibulas para sobrellevar aquel terrible rugido.

         -¡Apèese de la bestia y no suelte la rienda! – ordenó Enrique a su compadre- mire que ese bicho parece un espanto.

         -¡Sí, compadre, como usted diga! –respondió Rufino sumamente asustado.

         En una indescriptible carrera, el animal pasó entre los hombres sin tropezarlos, pero aún no se habían recuperado del susto cuando dio la vuelta y se apostó de nuevo frente a ellos. Escarbaba con fiereza y encharcaba la sabana con una brumosa babaza.

         Esta vez la luz de sus ojos se tornó amarilla y la dirigía con intención más precisa. Volvió a roncar. Ahora con rabia. El ruido apagó totalmente la luz de la luna, los luceros se desprendieron uno a uno y las sabanas del hato Coco e Mono comenzaron a humedecerse por primera vez aquel verano.

         Rufino propuso a su compadre separarse un poco más para que el chiguire pasara libremente y así evitar que los golpeara; también para saber a quién de los dos realmente quería atacar. Y esto dio resultado, pues cuando el animal estaba a corta distancia buscó en dirección a Enrique, quien rápidamente se lanzó al suelo y desde allí disparó en forma repetida. De inmediato dejó de roncar. A su paso fue dejando un inmenso torrente de sangre que se fue convirtiendo en riachuelo, luego en caño y después en laguna.

         Ahora el silencio era total. El espanto había desaparecido. Rufino y Enrique quedaron separados por la púrpura charca recién formada. Las bestias no producían relincho alguno. La luna volvió a sonreír y los luceros caminaron de nuevo desde la sabana pelada hasta el cielo para ocupar su lugar. El firmamento y la noche se findieron en un abrazo.

         Pero cuando todo parecía haber terminado, desde el centro de aquella laguna comenzó a nadar hacia ellos un animal de extraña apariencia: parecía un chiguire pero tenía cachos, su cabeza era cuadrada y no tenía ojos sino dos rejillas desde las cuales salían luces de los más disímiles colores.

         Al llegar a la orilla se detuvo frente a Enrique. De su corpulento cuerpo destilaban chorros de sangre que corrían a borbotones y hacían creces aún más la laguna; pero aún así no desfallecía; avanzaba amenazante en dirección a Enrique, quien en un momento de descuido intentó escapar. Entonces el animal, enfureció, le advirtió: “Soy El Roncón, el espanto de Coco e Mono, jamás he matado a nadie aunque conmigo lo han intentado muchas veces. Lo que no saben es que al hundirme en mi propia sangre sanan mis heridas y vuelvo a nacer. Es por eso que nunca moriré y siempre se estarán topando conmigo en estas sabanas. Dentro de poco me lanzaré a esta laguna y volveré a ser como hace veintiún días cuando me diste el tiro en el pescuezo”.

         ¡¿Cómo es la jodía?! –preguntó Enrique. ¿veintiún días? ¡Tas loco mardito espanto ¿ Tú crees que yo soy pendejo? Te voy a da más palo que a un muchacho malcriao –remató con rabia.

         -Pues sí, son veintiún días –contestó con seguridad el animal- ese es el tiempo que lleva curar mis heridas.

         -¡Tas loco, mardito espanto, tú lo que quieres es vajeame pa podeme envainá. Más bien dime qué carajo quieres de mí. Anda, echa pa juera! –Remató Enrique desafiándolo con el cola e gallo alzado en su mano derecha.

         -¡Yo no quiero nada de tí –respondió el animal- eras tú quien quería matarme hace veintiún días atrás!

         -¡Yo no te quería matá –se defendió Enrique- lo que paso jue que salimos a buscá qué comé y lo que encontramos jue esta mardición convertía en chigüire!.

         -Bueno, te lo voy a cree –dijo el espanto- pero a cambio de que tú también me creas: cuando te embestí por primera vez sólo quería darte una noticia, ni siquiera lo hice porque me habías herido en el pescuezo; incluso, cuando por segunda vez quise dártela me descargaste totalmente el rifle, con lo que has impedido hasta ahora que te la dé.

         -¡Échala pa juera pues, que ya te perdí el miedo! –respondió Enrique en claro desafío.

         -¡Escucha bien! –dijo el Roncón con lentitud- cuando llegues a San Gregorio te vas a encontrar únicamente a la viejita María. Ella te va a dar la mala nueva de que tu hermano Cristóbal, El Guate, murió. Te va a decir que ocurrió muy lejos de allí; que lo mataron a plomo limpio, con disparos de rifle, dicen que fueron diecisiete tiros en total. Eso y que ocurrió hace veintiún días atrás en  un lance de cacería en sabanas de Capanaparo. Y continuó: también te dirá la viejita que ya lo llevan para Achaguas, donde lo van a enterrar mañana con la caída del sol. Si no te apuras no lo verás muerto y tú sabes muy bien que todo esto tiene mucho que ver contigo .concluyó.

 La seguridad con que el espanto se dirigía a Enrique era tal que empezó a desesperarse. Pensaba en sus hijos y los del Guate. Por su mente cruzaba la imagen de su mujer, que era la misma de su hermano. En su corazón se encontraban aquellos cinco inocentes niños traídos al mundo por ese mismo vientre, tres de los cuales él se había encargado de criar. ¿Sería cierto que su hermano había dejado de existir?

         Sin meter pie en el estribo jineteó su bestia y la chaparreó. El Roncon apuró el paso dándole alcance con facilidad. Entonces le dijo: cuando pases por el médano de Las Ventanas verás que cambió de color, se puso de luto porque Cristóbal era el llanero de más envergadura por estos lados. Y cuando llegues a El Paradero verás que ni tu mujer ni tus hijos, ni los del Guate estarán en casa; pero allí te estará esperando Federico con dos bestias ensilladas sobre las cuales cabalgarán hasta Achaguas, a la casa de María Reyes donde te encontrarás con tus padres, hermanos, primos, familiares, amigos, conocidos y demás compañeros de trabajo y parranda del Guate.

         Cuando Enrique llegó a Paradero se encontró con Federico y las dos bestias ensilladas. No estaba su mujer ni sus hijos, tampoco los del Guate. Comenzó a creer todo lo que le había dicho El Roncón al ver el médano de Las Ventanas ennegrecido por las chamizas de la sabana quemada.

         Los dos hombres llegaron a San Gregorio. Enrique sintió que las piernas se le desmayaban cuando notó que los perros no salieron a recibirlos ni el indiecito Javier los atisbó con la linterna como era su costumbre. De un salto bajó de la bestia y corrió hacia el interior de la casa en busca de sus tías. Todas las habitaciones estaban vacías. Había dolor en el aire y en los enseres viejos. Olía profusamente a flores campesinas, velas y esperma.

         Registrando toda la casa, consiguió a la viejita María. Estaba sentada a un lado del fogón. Parecía dormir. Se aproximó en silencio para no asustarla, pero al acercarse aún más vio que entre la piel rugosa de sus manos se deslizaba un rosario del cual pendía una cruz de azabache. Estaba rezando. Sus cuarteados labios pronunciaban con temblor conocidas letanías: Señor, ruega por él...Señor, ruega por nosotros...Santa Virgen María, ruega por él, ten piedad...

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