Me persigno -Dios mío- en tu nombre, el de tu hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Al hacerlo, unto sal y grasa de tu cuerpo sobre mi frente, pecho y hombros. Y reconozco esta cruz como la misma en la cual tu hijo murió para llevar la salvación a todos los seres humanos del planeta.
Gracias –Dios mío- mil gracias te doy por ayudarme a conocerte y a creer en tí con profunda fe.
Gracias -Dios- mío por echarme a esta vida en la que he vivido muchas vidas.
Gracias por el origen y el destino que escogiste para mí.
Gracias por los padres que me diste.
Gracias -Dios mío- por hacer de mí la persona que soy: el padre que soy, el esposo que soy, el abuelo que soy, el hijo que fui y sigo siendo, el amigo que soy… el ciudadano en evolución.
Gracias –Dios mío- por ayudarme a vivir de manera intensa, profunda y apasionada cada momento; todos llenos de significado. Donde cada palabra, gesto, intención y acción ha contado con tu apoyo y compañía.
Gracias –Dios mío- por darme la libertad y salud que poseo.
Gracias por no permitirme conocer los horrores de la guerra ni el hambre.
Gracias –Dios mío- por proteger mi salud física y mental, por mantenerme vivo y por cuidar mi sueño, mi vigilia y la de todos mis seres queridos.
Gracias -Dios mío- por ayudarme a proveerme de un techo que es un paraíso donde habitamos todos; donde habitas tú y seres omniscientes que han transformado mi vida en poesía.
Gracias -Dios mío- por escuchar y responder las tantas peticiones y ruegos que te he formulado.
Gracias -Dios mío- por ayudarme a ser una persona humilde y conforme.
Gracias –Dios mío- por contar siempre contigo y por acompañarme a través de todos los caminos.
Gracias –Dios mío- por hacer de mí lo que siempre quise: ser un hombre bueno.
Juan A. Aquino A.
En mi casa. 28/10/2009.